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Mi experiencia en el Seminario

Es difícil explicar el cómo llegué al Seminario. Es cierto, el Señor se vale de diversos medios para llamarnos. Desde niño yo tenía la inquietud de ser sacerdote. En la preparatoria era todo lo contrario, ¡tenía miedo de que el Señor realmente me estuviera llamando al sacerdocio! 

Para que yo llegara al Seminario, el Señor se valió de sacerdotes, seminaristas y experiencias dentro de grupos apostólicos en mi parroquia. El preseminario fue una experiencia que me gustó bastante, y al final de éste ya no me dolió tanto dejar mis proyectos, una posible carrera en la universidad, la oportunidad de formar una familia;  dejar a mis padres, hermanos, mi comunidad, amigos, estilo de vida, y muchas cosas más, por seguir a Aquél que nos amó y murió en la cruz para salvarnos.

Siempre estará grabada en mi corazón la cita del Evangelio de Mateo en la que Jesús nos invita a seguirlo: «El que quiera seguirme que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz y me siga» (Mt 16, 24). Por medio de esta invitación de Jesús, me animé a “negar” mis proyectos, cargar mi cruz y seguirlo.

Al principio duele estar lejos de casa. Para mí, el primer mes fue uno de los más complicados en lo que llevo en el seminario. Crean que de verdad comencé a valorar más a mi familia. Al principio tardé un poco en adaptarme a todo. No es sencillo vivir en comunidad, bajo una disciplina, un horario.

Actualmente estoy en la etapa del Curso Introductorio Diocesano, y es una etapa en la que se comienza a enamorar de la vocación, del sacerdocio, de Dios. Aquí es donde conocí a otros jóvenes con el mismo ideal, la misma vocación, y con el tiempo, estos “compañeros” se convirtieron en mis amigos, en otra familia.

En los ocho meses que llevo en este caminar, he tenido experiencias muy agradables y otras no tanto. El enemigo nunca descansa para desalentar a las vocaciones, y he visto cómo algunos se han quedado en el camino. No todo es color de rosa como dicen algunos, pero el seminario es algo hermoso, que cambia el estilo de vida, y uno puede experimentar el amor de Dios.

Invito a todos los jóvenes y adolescentes que tienen esa inquietud por ser sacerdotes a que no sientan miedo de seguir a Cristo. Vale la pena. Seguirlo es difícil, no cualquiera se anima, si lo haces tendrás un premio muy grande en el cielo. Yo me siento muy confortado porque Jesús nos dice que todo esto no será en vano: «Yo os aseguro: nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o hacienda por mí y por el Evangelio, quedará sin recibir el ciento por uno…» (Mt 10, 29-30).