Mi nombre es Juan Antonio Sandoval González, tengo 24 años, soy originario de Jerez, estoy en primer año de la etapa de Teología y voy narrar brevemente mi historia vocacional. Creo que el comienzo de mi llamado se encuentra en mi infancia. Desde que tengo recuerdo, mi madre siempre nos inculco la fe a mí y a mis hermanos, todos los domingos íbamos a Misa en familia, los sábados por la tarde eran de ir al catecismo, además de que mi mamá me enseñó las primeras oraciones y una gran devoción a María Santísima, en su advocación de la Soledad, venerada en Jerez. Ciertamente, María ha estado muy cerca de mí a lo largo de mi vida, vengo de un pueblo muy mariano, mi parroquia tiene como patrona a la Inmaculada Concepción al igual que en el Seminario. Es en estos detalles y en otras situaciones donde he visto y sentido la compañía de María en mi vida.
Lo más interesante de mi infancia, es que a mí siempre me gustó ir a Misa, al catecismo y sobretodo orar. No recuerdo algún día que no quisiera ir a todo esto, sin embargo nunca pasó por mi mente el ser sacerdote, yo siempre dije que quería ser doctor cuando fuera grande, aunque tengo algunos recuerdos de personas que me decían que yo de grande iba a ser «padrecito», pero estos comentarios sólo quedaron en mi memoria y nunca los tomé en serio.
Dios tiene planes misteriosos. Un suceso que cambió mi vida fue la muerte de mi madre cuando yo tenía 8 años, a esta edad yo ya había hecho mi Primera Comunión y mi Confirmación. Esto fue un duro momento para toda mi familia. Soy el mayor de cuatro hermanos y después de la muerte de mi madre, mi papá y mis abuelos paternos se encargaron de mí y de mis hermanos. Esto dio un giro diferente a todas las cosas, pues ellos no eran muy religiosos, así que deje de frecuentar el catecismo y la Santa Misa; sin embargo, nos educaban con muchos valores humanos. Esto ocasionó un alejamiento de la Iglesia muy grande que se extendería hasta la edad de 15 años. Para esto yo ya no creía mucho en Dios, aun así, yo sentía una gran necesidad dentro de mí de acercarme a Él. Conocí a una muchacha que me gustaba en la prepa, así que me fui acercando a ella, sin saber lo que después iba a suceder, pues nunca fue mi novia, pero me llevó a conocer el amor que Dios me tiene.
Un día me invitó a un grupo de jóvenes que se reunían en la parroquia, era el grupo de Renovación Carismática Católica en el Espíritu Santo. Yo no conocía nada de ese movimiento, de hecho sabía muy pocas cosas de la Iglesia en general. Así que llegué un día a una asamblea de oración y a partir de entonces Dios empezó a entrar en mi vida, lo que no fue nada fácil. Fue un proceso largo y muchas veces doloroso, pero Dios siguió obrando en mi vida y yo me dejé conducir por Él. Al terminar la prepa, me pregunté sobre el futuro de mi vida y por un momento pasó por mi mente el entrar en el Seminario, pero rápido abandoné la idea, pues pensaba que eso no era para mí, además de que ya tenía un bonito noviazgo. Así que decidí estudiar Ingeniería en Sistemas. Después de un año de estudiar en la carrera, surgió de nuevo la pregunta en mí, pues aunque la carrera me gustaba, sentía que no era lo que yo quería hacer toda mi vida, además de que se dieron varias situaciones que cuestionaban mi vocación.
Así me dediqué el siguiente año a hacer un profundo discernimiento sobre lo que Dios quería de mi vida. Platiqué con mi párroco y me dediqué a trabajar arduamente para Dios en mi parroquia y en el movimiento de Renovación. Decidí asistir al Preseminario al terminar este año de discernimiento, yo no conocía el Seminario así que los primeros días no me sentí muy bien, pero al final decidí decirle sí a Dios, puesto que insistía con mucha fuerza acerca de lo que Él quería de mí. Así, dejándolo todo, como los discípulos, decidí seguir a Dios en esta vocación del sacerdocio. Han sido un poco más de 4 años de caminar al lado del Señor en esta vocación y de mucho aprendizaje. Cosa nada fácil, pues el Señor me ha puesto a prueba muchas veces, pues «Él me conoce y si me prueba en el crisol, saldré como oro puro» (Job.23, 10). No dudo que Él prepara a los que elige, pero he visto también su gracia y su misericordia obrando grandemente en mi vida y he sido testigo de la fuerza que Él da para seguirlo. Le doy gracias a Dios por haberme llamado a servirle en esta vocación, el Señor ha sido bueno conmigo y me ha amado demasiado. Sigo pidiendo que me dé la gracia de seguir fielmente su llamada amorosa de Padre.