Hablar de María es hablar de nuestra Madre. Muchas veces la tenemos ante nosotros como alguien muy importante. Sin embargo, no terminamos de descubrir y ahondar en el verdadero papel que tiene en nuestra vida y la necesidad que como cristianos tenemos de Ella. El Señor Jesús, desde lo alto de la cruz, nos explicitó que somos hijos de María. Él nos ha entregado a su Madre con la conciencia de que a través de Ella, Él podrá entrar en los corazones de todos sus hijos.
A lo largo de la historia, constatamos el inmenso amor y piedad filial que los cristianos hemos tenido con nuestra Madre. Sin duda alguna ese amor a María fue trasmitido por nuestros padres, nuestros abuelos y nuestra comunidad.
Recuerdo cuando pequeño cómo mi madre nos inspiro ese amor a María Santísima. No se me olvidan esos momentos en los que mi madre iba preparando ese amor a María en cada uno de nosotros con mucho entusiasmo. Me viene a la mente como si fuera ese momento que preparaba a escondidas un altar en honor a la Santísima Virgen, muy sencillo pero sobre todo con mucho amor. Después de que tenía todo listo nos invitaba a cantar las mañanitas pues era un día grande, era su fiesta. Tampoco se me olvida que rezábamos el Santo Rosario en familia bajo la luz de la luna y las estrellas.
A partir de todo esto fue naciendo en mí un amor muy grande a María Santísima. Cada que llegaban esas celebraciones en honor a María yo me emocionaba, yo sentía que era una gran fiesta; como cuando llegaba el día de tu cumpleaños y nos preguntaba mamá ¿qué vas a querer de comer? porque ya tenía el pollo reservado para ese día por eso nos preguntaba refiriéndose de que manera queríamos preparado el pollo. No había para todos los días pollo por eso era una gran fiesta.
Después que Dios me llama e ingreso al seminario sentí más fuerte ese amor a María. Como olvidar que cuando recibí el Lectorado, Acolitado, Diaconado y Presbiterado fue siempre el 8 de diciembre en la fiesta de nuestro Seminario en honor a la Inmaculada Concepción.
Es triste decirlo pero hoy la mayoría de nuestros jóvenes han sido impregnados por los medios de comunicación que los distraen del amor a María. Los jóvenes deberían aprender de María que en la Anunciación dio un <<sí>> generoso y total que no sabe de tacañerías, limitaciones y condiciones, María estuvo siempre de parte de Dios, al servicio de su acción en el mundo. Ella tiene que ser modelo de disponibilidad absoluta al amor de Dios y a lo que él nos pide para la construcción del Reino en nuestra sociedad.
Hoy los medios de comunicación nos absorben y no nos permiten tener esa buena comunicación con nuestra familia con los que están a nuestro lado, mucho menos el tener esa buena comunicación con nuestra Madre Santísima. Hoy hemos olvidado, se nos ha olvidado que debemos estar siempre al servicio de los demás. Recordemos que la vida de María fue una vida de servicio. La ayuda que presto a su prima Isabel, a los novios de Caná y a los temerosos discípulos reunidos en el Cenáculo, es una muestra de lo que debemos hacer. Con esta actitud de servicio, María nos enseña que a Dios lo encontramos en el hermano que tiene necesidad de ayuda.
A quién de nosotros nos gusta sufrir en la actualidad, este problema lo vemos acentuado sobre todo en los jóvenes de nuestro tiempo que buscan siempre lo más fácil. María, unida en todo a su hijo Jesús, conoce bien pronto el alcance de las palabras que le dijo el anciano Simeón: «una espada te atravesará el corazón» (Lc. 2, 35). María siente esa espada de dolor a lo largo de toda su vida en forma de destierro, angustia, persecución, incomprensión, pérdida de su Hijo, soledad…
El dolor de María alcanza su punto culminante en el Calvario. Ahí, de pie junto a la cruz, ve morir a su Hijo. Tiene la experiencia más amarga de la injusticia y de su propia impotencia. María con su fortaleza nos descubre el sentido cristiano del dolor y nos anima a continuar con fidelidad y esfuerzo en nuestras responsabilidades.
María es el mejor ejemplo de respuesta fiel al Plan de Dios. Desde su naturaleza libre del pecado original, ella se educó en buscar siempre los caminos del Señor. Nosotros también podemos seguir sus pasos, pues en María aparecen bien definidos los rasgos propios de la juventud de todo tiempo: su generosidad, entrega, compromiso arriesgado, ilusión, disponibilidad, apertura a lo nuevo… Todo un ejemplo de cómo ser joven cristiano en el mundo actual.
El vivir amando a María en nuestra vida implica dejarnos amar, formar y educar por la Madre de Dios. Santa María nos enseña a “Hacer siempre lo que el Señor Jesús nos diga” y nos enseña el Amor, que tiene como fuente la Trinidad misma.
El ser hijos de Santa María, nos mueve a cooperar activamente con Ella en la misión apostólica que le ha sido encomendada por su Hijo, el Señor Jesús, de llevar a todas las personas hacia Él, para que en Él encuentren la respuesta a sus anhelos más profundos.
Que María madre de la Iglesia nos ayude a caminar siempre junto a su Hijo Jesucristo para cumplir fielmente lo que el Señor nos encomienda en este momento de nuestra vida.