Hoy iniciamos un Nuevo Año.
La Iglesia, experta en Humanidad, lo inaugura invocando a Santa María, Madre de Dios, y ponderando ante los hombres el don de la Paz. Por voluntad de Dios, María y la Paz forman parte intrínseca del Evangelio. El Salvador nace de María Virgen, -“darás a luz un hijo, al que pondrás por nombre Jesús” (Lc 1, 31)-. Ella, Madre del Hijo Eterno de Dios Encarnado es, propiamente, Madre de Dios.
Esta categoría de la Divina Maternidad es única, es dulce, es potente. -“Única es mi paloma, única mi perfecta; ella, la única de su madre” (Cant 6, 9)-.
El Evangelio nos ofrece un rasgo fundamental de la vida interior de María: “Conservaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón” (Sn Lc 2, 19). María es alma reflexiva; María profundiza; María vive inmersa en el silencio de Dios, que es silencio de plenitud.
Ella lo sopesa todo serenamente: en Belén, el Nacimiento, los celestes y los humanos adoradores del Niño, ángeles y pastores; con anterioridad, en Nazaret, la Anunciación, la Encarnación, su plena disponibilidad -“Hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38)-; en casa de Zacarías e Isabel, la inspirada salutación -“Bendita tú entre las mujeres” (Sn Lc 1,42)-, y el profético reconocimiento -“Me llamarán bienaventurada todas las generaciones. Porque me ha hecho cosas grandes el Omnipotente” (Sn Lc 1,48-49)-.
A la vez, la contemplación maternal de María la sumerge en el amor a su Hijo, que es su Dios, -“Será…llamado Hijo del Altísimo” (Sn Lc 1, 32)-, y la responsabiliza, diligente y generosamente: “A los ocho días,…le pusieron el nombre de Jesús,…como lo había llamado el ángel” (Lc 2, 21); después, en el Calvario, “Estaban en pie junto a la cruz de Jesús su Madre” (Sn Jn 19, 25).
Entre la Cuna y la Cruz transcurren los años de convivencia de la Sagrada Familia, -“Descendió Jesús con ellos, fue a Nazaret y les estaba sumiso” (Lc 2, 51)-; luego, el período de la vida pública: en las bodas de Caná de Galilea, “dijo a Jesús su Madre: No tienen vino” (Jn 2, 3); “Mientras El hablaba a las muchedumbres, su Madre y sus hermanos estaban fuera y querían hablar con Él” (Mt 12,46).
Las meditaciones del Corazón de la Madre se traducen, consecuentemente, en su amorosa e incondicional Presencia en la Historia de la Salvación: en primer lugar, en la Vida de Jesús; a continuación, en la Iglesia, -“Todos ellos (los apóstoles) perseveraban unánimes en la oración con las mujeres y con María, la Madre de Jesús” (Hc 1,14)-.
Como María ¿percibimos y acatamos en nuestros días, la Voluntad del Señor? ¿Interesa conocerla? Únicamente dóciles a Dios, como su Madre, tiene sentido definitivo la andadura de los años.
Que la espiritualidad de María, Madre de Dios -Madre nuestra: “He ahí a tu Madre” (Jn 19, 27)-, inspire nuestra vida y nos estimule para el ejercicio de las virtudes evangélicas, en permanente disponibilidad a los designios salvadores de Dios.
Santa María, Madre de Dios, que se profesa “la esclava del Señor” (Lc 1, 38), junto con san José, “justo” (Mt 1, 19), imponen el dulce Nombre al Niño, en gozosa e interna obediencia – “Le pusieron el Nombre de Jesús, como lo había llamado el ángel” ( Lc 2, 21).
“Mi alma glorifica al Señor” (Lc 1, 46).
La Paz es aludida frecuentemente en la Biblia.
“Florecerá en sus días la justicia y abundancia de paz” (Sal 72,7); “Señor, tú nos das la paz” (Is 26,12).
En la primera lectura de hoy constatamos que, el deseo de la Paz forma parte de la bendición a los hijos de Israel, dictada por Dios a Moisés: “Que el Señor te vuelva su rostro y te traiga la paz” (Núm 6, 26).
Isaías dice: “Un niño nos ha nacido…su nombre será:…Dios potente…Príncipe de la paz” (Is 9,5).
El Nacimiento de Jesús tiene lugar en un momento de paz universal.
El himno de la Navidad es: “Gloria a Dios…Paz en la tierra” (Lc 2, 14).
La Paz que, según la definición agustiniana, es la “tranquilidad en el orden”, y, según el sentido bíblico, es la posesión y el goce de todo bien, tiene, ante todo, la dimensión religiosa. Dios y la Paz son inseparables.
Una paz sin Dios, no tiene consistencia. La paz, ante todo, ha de residir en el espíritu; en la armonía perfecta entre el querer de Dios y el querer del hombre. San Juan de la Cruz escribe: “Para gozar de paz, entregar toda tu voluntad a Dios” (Cta. 13); “Un acto de virtud produce y cría suavidad, paz”.
La Paz es don de Dios: “El Señor bendice a su pueblo con la paz” (Sal 29, 11). Jesús es el Sembrador de la Paz: “Vete en paz” (Sn Lc7, 50) .
En la historia de la Iglesia resuena, siempre, el interés por la paz entre los hombres.
La Liturgia nos saluda, repetidamente, con el deseo de la paz.
Hoy, primer Día del Año, es la “Jornada Mundial de la Paz”.
Como cristianos, empeñados en la identificación con el Maestro -“Para mí la vida es Cristo” (Flp 1, 21)-, proclamamos nuestro anhelo de paz, unido al de todos los hombres de buena voluntad. “Paz a ustedes de parte de Dios, nuestro Padre y del Señor Jesucristo” (Rom 1, 7).
Esta devoción a la Paz induce a la práctica de las obras de paz: reconciliación con Dios y con el prójimo, oración, honestidad profesional, magnanimidad, caridad, equidad, estilo de vida excluyente de egoísmos, odio, envidia, venganza, violencia, injusticia.
“La justicia y la paz se abrazarán” (Sal 85,11).
Nazaret es el Hogar y la Escuela de la Paz.
En Nazaret no hubo gestiones humanamente aparatosas, sino la virtud de cada día -“Cuando hubieron cumplido todas las cosas según la ley del Señor, regresaron a Galilea, a su ciudad de Nazaret” (Lc 2,39).
Los Santos son los paladines de la paz.
Los conflictos, las guerras, son el resultado social del pecado, del alejamiento del orden moral establecido por Dios. -“Escucha Israel, las leyes y mandamientos que hoy proclamo ante sus oídos” (Dt 5,1); “Sigan en todo el camino que les ha mandado el Señor, su Dios” (Dt 5, 33).
Imploremos de María, Madre de Dios, Reina de la Paz, el Don celeste de la Paz con Dios y con todos los hombres.
“¡Grande es el Señor, que la paz de su siervo alegra!” (Sal 35, 27).
Sean estímulo para la noble tarea de la paz, los encomios del profeta: “¡Oh, qué bellos son, por los montes, los pies del mensajero de albricias, que anuncia la paz!” (Is 52, 7).
En el Sermón de la Montaña, la Paz es magnificada en sus servidores:
“Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Sn Mt 5,9), dice el Señor.
FELIZ AÑO, EN LA PAZ DE CRISTO.