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SOLEMNIDAD DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO

«Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino»

Con esta solemnidad llegamos al final del año litúrgico, en el que hemos contemplado, vivido y celebrado el Misterio de Cristo: Encarnación, Nacimiento, Anuncio del Reino, Pasión, Muerte, Resurrección y Ascensión al cielo. Y la Iglesia nos invita a culminar este ciclo, precisamente contemplando a Cristo como Señor de la historia, Rey supremo, fundamento de toda la creación. Este año adquiere un significado especial, pues precisamente con esta Solemnidad clausuramos el año de la fe que hemos celebrado, hoy la Iglesia entera profesa su fe en Cristo Rey, Principio y Fin, Alfa y Omega, el que es, el que era y ha de venir.

El término “rey” puede parecernos un poco alejado de la realidad; de hecho, en nuestras sociedades modernas ha desaparecido casi por completo esta figura y, donde aun existe, sobre todo en Europa, se trata de un personaje simbólico, que nada tiene que ver con la vida política y económica de un país. Reinan, pero no gobiernan. Sin embargo, la Palabra de Dios nos presenta a Cristo como rey del universo. Y resulta interesante que dicha revelación sucede en el Gólgota, precisamente en el momento paradójico de la Cruz; no se presenta a Cristo como rey cuando lo siguen las multitudes y les multiplica el pan, ni cuando es aclamado al entrar en Jerusalén, ni cuando anuncia la Buena Nueva en los valles y a orillas del lago, sino precisamente en el Calvario, en la Cruz, es ahí donde es presentado y reconocido como Rey: «Había encima de él una inscripción: “Este es el rey de los judíos”…Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino».

El momento de la Cruz se convierte así en un acontecimiento plenamente revelador y paradójicamente lleno de luz. Se repite lo mismo que había acontecido a lo largo del ministerio público de Jesús, no es reconocido ni por las autoridades religiosas de su tiempo, ni por el poder temporal, representado en los romanos, sino precisamente por un hombre pecador, un condenado, alguien de quien el evangelio no nos dice nada, ni su nombre, ni su profesión, ni su nacionalidad, sino simplemente que era un condenado a muerte, pero es alguien que reconoce su pecado y proféticamente declara: «éste nada malo ha hecho». Jesús es el justo, que da la vida por todos; el inocente, que muere por los culpables, el Cordero sin mancha, que ofrece su vida por el rescate de los pecadores. En su sacrificio Jesús se revela como Rey, como Señor de la historia, como dueño de la vida, porque nadie se la quita, sino que él libremente la ofrece porque tiene poder para recobrarla después. 

Al clausurar el año de la fe, confesemos con toda la Iglesia nuestra fe en Cristo, Rey del universo, avivemos nuestra esperanza en la manifestación plena y definitiva de ese Reino, trabajemos con ahínco para instaurar los valores del Reino. Reconozcamos en la Cruz al Señor de  nuestra vida y  Salvador del mundo.