El evangelio de este domingo nos presenta la parábola conocida como «Los viñadores homicidas». En esta parábola Jesús cuenta que había un hombre que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, construyó la casa para el guardia y la rentó, pero las personas a las cuales renta esta viña se portan injustamente pues no quieren pagar los frutos de este arrendamiento. El dueño de la viña va mandando a sus siervos progresivamente, para cobrar esos frutos, pero van matando a los siervos, hasta que al final envía a su hijo, al cual también matan.
Todas las parábolas de Jesús tienen un punto muy interesante, el punto de inflexión, este desafía la lógica humana y es hasta cierta medida irracional. Lo que pasa es que estamos tan acostumbrados a escuchar las parábolas que en ocasiones no detectamos que está desafiando nuestra lógica. La lógica de Dios desafía la lógica humana, nuestra forma de ver las cosas.
La parábola nos enseña hasta qué punto Dios tiene que querer a esos trabajadores, que se juega la vida de su propio Hijo con tal de darles otra oportunidad.
¿Cuántas cosas ha hecho Dios en nuestra vida? Ha hecho todo perfecto por nosotros, basta ver la creación de nuestro mundo, pensemos de manera particular, es Dios quien nos ha dado la vida, salud, trabajo, familia, todo lo que tenemos es regalo de Dios.
Esta parábola también nos enseña que nosotros no somos los dueños de la viña, no somos dueños de nuestra vida. Sin embargo, sí tenemos que dar frutos y ellos deben ser de amor y felicidad. Si por el contrario solo damos frutos amargos lejos de lo que Dios quiere de nosotros, viviremos en el odio, en el rencor, en la amargura, en la tristeza y la soledad.
Tenemos que dar frutos ¿A quién? A quien es el dueño, es decir a Dios, por eso Dios pide que se le ame sobre todas las cosas, porque amándolo a Él nos aseguramos de dar frutos que Él espera: el amor y la felicidad.
¿Cuantas oportunidades nos ha dado Dios? Volvamos la vista atrás y preguntémonos: ¿Cuantas oportunidades hemos tenido para unirnos a Él? ¿Cuantas oportunidades hemos tenido para ser santos? ¿Y qué hemos hecho con esas oportunidades, las tiramos a la basura o las aprovechamos?
Es importante darnos la oportunidad de abrir las puertas de nuestro corazón y sin ninguna barrera, sin ningún mecanismo de defensa lo entreguemos a Dios y le digamos: haz lo que quieras conmigo, mantén tu camino en mí. Porque al final esa es la única respuesta que podemos dar en nuestra vida, Dios nos invita a entregarle nuestros frutos que nos aseguraran una vida dichosa con Él.
Por Aurelio Campos Sánchez
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