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Sucedió un día como los demás

Sucedió un día como los demás. Yo no era muy apegado a la religión, pero mi mamá sí y todos los domingos íbamos a misa. Yo no iba por fe, sino por obligación, ya que si no iba me esperaraba un castigo. Yo nunca aceptaba ir a Misa al grado que cuando mi familia estaba a punto de partir yo me escondía, pero al fin me encontraban y me llevaban a la fuerza. Al llegar a la Iglesia, cada quien se iba a su lugar preferido, yo optaba por el lado que le nombran “el crucero de los hombres” donde había una puerta. Y así era todos los domingos, pero mi mamá nunca se imaginó que yo me salía por esa puerta. ¡Ella nunca lo creería! 

Lo que yo no me imaginé fue que un día me preguntó ¿Qué personas leyeron las lecturas hoy? Y ahí, fue cuando yo quedé totalmente frio, ¡Jamás lo pensé! Pero como, por suerte, siempre eran las mismas personas que leían, no sé si fue por obra de Dios, que le atiné. ¡Esa vez me salvé! Pero llegó el tiempo en que me cacharon, un hermano me echó de cabeza. Desde entonces todos los domingos me senté en Misa junto a mi mamá, así me pudo tener bien vigilado. Yo sentía que era la muerte, el acabe del mundo.

Luego, llegó mi salvación. Un amigo al que estimaba mucho era acólito. Yo pensaba ¿Cómo es que siendo como es sea monaguillo? Con esta inquietud, un día le dije que yo también quería ser monaguillo. Poco a poco me fue enseñando, tenía que estar bien atento a la Misa porque si no, se me podía “dormir el gallo” y ¡Qué vergüenza, si me equivocaba! Sin darme cuenta me estaba interesando la Eucaristía, y más con aquel padre que tenía una gran voz y explicaba muy bien el evangelio. Lo admiraba mucho porque era muy listo y bueno.

En ese tiempo me preparaba para hacer mi Primera Comunión, y con esto me confesé por primera vez. Me encantó la buena experiencia que tuve al ver cómo el sacerdote me comprendía y me explicaba lo que debía hacer de bueno y cómo evitar el mal. Entonces empecé a preguntarme sobre los sacerdotes y a meterme de lleno a la Iglesia.

Un día fueron unos seminaristas a mi escuela y preguntaron: “¿Quién quiere ser sacerdote?” Yo manifesté mi deseo de serlo. Y empezó la carrilla, me decían el padrecito. Pero fue por poco tiempo, pues en tercero de secundaria tuve una novia. Ya no pensaba en ser sacerdote. Pero en Semana Santa fue un padre a mi rancho. No sé qué me pasó, que cambió mi forma de pensar: me interesé por el Seminario. Lo pensé, y al poco tiempo le expliqué a mi novia mi situación. Ella lo entendió y quedamos como amigos.

Faltaba poco para el preseminario, y el padre de la Semana Santa volvió a mi casa y me dijo que la propuesta seguía en pie y me animó a venir al preseminario. Vine y me gustó mucho, fue una experiencia única, y ahora pienso que fue una de las mejores decisiones que he tomado.

Estoy en el Seminario Menor, estudiando el primer año de preparatoria. Soy feliz y muy agradecido con el gran sacerdote que me motivó a vivir esta aventura.