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V DOMINGO DE CUARESMA

“Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí aunque haya muerto vivirá” 

Estamos ya en el quinto Domingo de Cuaresma, ya próximos a celebrar la Semana Santa y a entrar en el misterio de Cristo, misterio que nos llena de vida y de esperanza. En este día la liturgia nos presenta para reflexionar el signo de la resurrección de Lázaro, que es uno de los signos que más nos llevan a meditar el misterio de Cristo en su entrega y resurrección. 

Jesús se encuentra lejos de Betania y de Jerusalén, con toda seguridad al otro lado del Jordán, donde antes Juan había estado bautizando.  Es ahí donde recibe la noticia de la enfermedad de Lázaro, su amigo al que tiene en gran estima. Y de alguna manera recibe la noticia como si no le diera la debida importancia a la enfermedad. Y aun así deja para después su partida permitiendo que muera.  Esto servirá de señal: dejara ver en él un gran prodigio, de hecho así lo dice el Evangelio,  que lo que le pasa a Lázaro es para gloria de Dios. Jesús se encamina a Betania y es encontrado por Marta, que le manifiesta lo sucedido a su hermano y que no hubiera pasado eso si Él hubiera estado ahí. Jesús se enternece hasta las lágrimas, pregunta dónde está y ya ante el sepulcro manda quitar la loza y que salga, aunque lleve días en allí.

Es aquí donde se revela la manifestación de Jesús como el enviado, el Hijo de Dios, el Mesías.  Y ante la resurrección de Lázaro, se ha manifestado como la resurrección y la vida misma. Así ya lo había dicho por boca del profeta Ezequiel: “Yo mismo abriré sus sepulcros, los hare salir de ellos…” (Ez. 37,12).  De esta manera Dios cumple en Cristo sus promesas, porque Él es la vida misma que vence la muerte, que conduce a una vida nueva, que siempre ha actuado a favor del pueblo, haciendo lo impensable. Lo hace gracias al Espíritu de Dios que ha derramado en Cristo, y es ese mismo Espíritu el que nos hace vivir en la vida, no en la muerte. Así lo expresará  la carta a los romanos: “Dará vida a sus cuerpos mortales, por obra de su Espíritu…”  (Rm. 8,11).

Es en esta escena, en la que el evangelista nos quiere mostrar quién es Jesús y cuál es su misión: “Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mi, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre” (Jn. 11,25-26). Éste es, pues, lo que encierra la resurrección de Lázaro, y es también el centro de nuestra fe. La actuación de Jesús en este signo ha tenido también un trasfondo importante para todos.

La resurrección de Lázaro  de forma pública quiere despertar la admiración, tanto de sus discípulos como de las gentes de la ciudad para que den testimonio del poder de Dios que actúa en Cristo.  De hecho, de los asistentes muchos creyeron en Él.  Se tienen que convertir en testigos de la misericordia y del poder de Dios, que ya actúa para salvar.

 

También para que se hable y se descubra la relación íntima que existe entre Jesús y su Padre.  Y  ver desde la fe la profundidad del poder de Jesús o que descubran que  Jesús es Dios. Jesús hace siempre lo que al Padre le agrada, vive para hacer su voluntad, así manifiesta la presencia del Reino de Dios. Pero sobre todo, hacer conscientes a sus oyentes de lo que la fe puede hacer por los que creen. Es lo que Jesús siempre pidió a los que se acercaban a Él, tener fe. Para que veamos que no siempre los males son una desgracia, son también para que incluso con nuestra muerte o enfermedad, Dios manifieste su poder para que otros crean.

Hoy  somos invitados a creer, no solo a ver de lejos los signos de Jesús, a no quedarnos con posturas poco creativas y comprometedoras.  Jesús dio a entender que nuestra vida es ya una vida resucitada, una vida renovada. Pero donde es necesario no quedarse lejos, sino creer. Alcanzar a ver el misterio de Jesús que despierta de la muerte, que da vida nueva gracias a su Espíritu, con el cual somos invitados a actuar. Debemos vivir en ese Espíritu y no como si ya estuviéramos enterrados. A  todos nos sacará Dios de entre los muertos y nos dará una vida nueva en el Espíritu. 

Ya en este domingo se nos anuncia con la resurrección de Lázaro la propia resurrección de Jesús, que su sacrificio no es un quedar en la tumba, morir, desaparecer; sino resucitar con un cuerpo glorioso, y así ser nosotros asociados a su muerte y resurrección.  Hoy podemos ver lo que hace Jesús, que su palabra es eficaz, pero aquí es ver si nosotros estamos dejando actuar el Espíritu de Dios, o le ponemos resistencias. Si en nuestra vida permanecemos en el sepulcro de nuestros pecados, indiferencias, desavenencias, miedos, caprichos y muchas otras cosas. Recordemos que Jesús ha venido para sacar vida de la muerte y resurrección de la desesperación.  

En esta  cuaresma que ya está casi por terminar, reconozcamos a Jesús como el Hijo de Dios, el Mesías, el Salvador. Si hoy nos llama a tener una vida resucitada, demos oportunidad al Espíritu de Dios actuar.  La resurrección de Lázaro es solo una imagen de la vida que el Señor nos ofrece por su sacrificio. Su entrega produce frutos de salvación. Pero también si queremos compartir esta vida, es necesario también creerlo, así como le dice a Marta: “¿No te he dicho que si crees, veras la gloria de Dios?” (Jn. 11, 40).  Creamos a Cristo y en esta próxima Semana Santa vivamos nuestra fe en la resurrección del Señor y en la propia. Él es la resurrección y la vida, caminemos hacia el Padre con esperanza y decisión.