«Hacernos Paráclitos»
Seguimos avanzando en este tiempo pascual, de renovación de nuestra fe y de vivir nuestra alegría por las obras buenas que Jesucristo nuestro Señor ha hecho por nosotros con su resurrección.
Hoy escuchamos en el Evangelio de Juan a Jesús hablar a sus discípulos del Espíritu Santo, con el término de paráclito que significa algunas veces el consolador, otras el defensor, o bien las dos cosas juntas. Jesús sabe que llega el tiempo de dejar este mundo y de pasar a la casa del Padre, por ello promete a los que han creído en Él que no los dejara desamparados, y que el Consolador y el Defensor, vendrá para animarnos a vivir esa fe.
El Espíritu Santo es aquel que continuará la obra iniciada por Cristo y que nos llevará al cumplimiento de las obras queridas por el Padre, y que además estará siempre con nosotros. Por ello, la Iglesia entera ha hecho una experiencia viva y fuerte del Espíritu como consolador, defensor, aleado en las dificultades externas e internas, en la persecución, en los procesos de nuestra vida de cada día.
En este primer anuncio de despedida, Jesús quiere invitarnos a vivir nuestra fe de forma muy concreta “si me aman cumplirán mis mandamientos”. Estas palabras hoy más que nunca se convierten para nosotros en una tarea urgente por realizar para poder establecer el Reino de Dios ya desde esta tierra. La Ley que el Señor nos ha dado, no es un conjunto de prohibiciones, ni menos aún una limitación para que los hijos de Dios vivamos en la libertar y la felicidad, por el contrario, quien cumple los mandamientos vive a plenitud, ama, es feliz y hace feliz a aquellos que le rodean. Cumplir la Ley es también la respuesta de todo cristiano comprometido que trata de transformar el mundo con sus obras de todos los días, de ser constructor de paz, de hacer que brille la verdad, de amar y defender la vida, de vivir la justicia, la caridad y el amor.
Quien ama y cumple la ley del Señor, se convierte en un “paráclito”, es decir, en una presencia especial de Dios, que anima, que consuela, que defiende y que da vida, que se sabe templo del Espíritu Santo y no tiene medio de demostrarlo al mundo.
En cierto sentido, el Espíritu Santo tiene necesidad de nosotros para poder se paráclito. Él quiere consolar, defender, exhortar, sin embargo, no tiene boca, ni manos, ni ojos, ni pies para dar cuerpo a su consolación, sin embargo, podemos decir que tiene nuestra boca, nuestras manos, nuestros ojos y pies. Quien ha recibido al Espíritu Santo tiene por fuerza que compartirlo con los demás, tal como lo hizo san Francisco de Asís que buscaba consolar y no ser consolado, comprender y no ser comprendido, amar y no de ser amado.
La invitación de Jesús Resucitado este domingo es muy clara: ser paráclitos para los enfermos, ayudar a los necesitados, perdonar a los que nos ofenden, reconciliarnos con aquellos que hemos ofendido, en pocas palabras, amarnos, como Jesús nos ha amado, amar como el Padre nos ama, amar y dejarnos llevar por el Espíritu que nos fortalece y nos anima para vivir nuestra vida Cristiana.