«Sé que buscan a Jesús, el Crucificado; no está aquí, ha resucitado, como lo había dicho»
En esta hermosa noche estamos celebrando el misterio esencial de nuestra vida cristiana, el acontecimiento histórico más importante para la humanidad entera: la resurrección de Cristo, el Hijo de Dios. Ésta es la «noche de vela en honor del Señor» (Ex 12,42), como aquella noche en que los israelitas salieron de Egipto. En aquella noche, el Señor «pasó» para salvar y liberar a su pueblo oprimido en la esclavitud. En una noche semejante, Cristo pasó de la muerte a la vida, liberando así al ser humano de su gran enemigo, que es la muerte.
El evangelio según san Mateo que acabamos de escuchar nos anuncia la resurrección de Jesús. El evangelista imprime al anuncio de la resurrección un carácter teofánico, es decir, la presenta como una solemne aparición divina en la que el terremoto, el relámpago, el vestido blanco del ángel, la piedra del sepulcro retirada indican que el Señor se está manifestando.
El centro del relato evangélico es el sepulcro vacío, interpretado por las palabras del ángel: «No está aquí; ha resucitado como lo había dicho». Sin duda, y con toda seguridad este es el anuncio más importante que el ser humano ha recibido de parte de Dios. Fueron María de Magdala y la otra María («madre de Santiago y de José»), las primeras que escucharon y recibieron esta buena noticia (evangelio). Ellas que habían estado presentes en el momento de la crucifixión y de la muerte de Jesús, ahora son también testigos y misioneras de este anuncio.
A veces trato de imaginarme ese momento cuando aquellas mujeres escucharon el anuncio del ángel: «No está aquí; ha resucitado como lo había dicho». Sin duda, su rostro se iluminó, se dibujo una sonrisa en sus labios, su corazón palpitó con mayor fuerza y su alma se llenó de consuelo, de fe y de esperanza. Su Señor, a quien habían visto crucificado y habían visto morir, ahora vive, ha resucitado, es decir, ha vencido a la muerte para siempre. Aquella tristeza que embargaba su mente y su alma, ahora se convierte en una inmensa alegría. Aún no han visto al Señor resucitado, solamente reciben la buena nueva de parte del ángel, el cual las invita a constatar que Jesús no está allí, «vengan a ver el lugar donde estaba». Es decir, el sepulcro está vacío.
Inmediatamente después el ángel da a las mujeres una misión: «Pronto, vayan a decir a sus discípulos: ha resucitado de entre los muertos e irá delante de ustedes a Galilea; allí lo verán». Ellas partieron a toda prisa del sepulcro, con miedo y gran gozo, y corrieron a dar la noticia a sus discípulos. Verdaderamente este acontecimiento les estremece y al mismo tiempo les llena de una gran alegría, porque es la victoria definitiva de Jesús sobre el mal y sobre la muerte.
El evangelista Mateo señala que Jesús mismo sale al encuentro de ellas. La primera aparición del Resucitado está reservado para las mujeres. Jesús ha sido amado con una fidelidad maravillosa por parte de sus discípulas, que han estado cercanas incluso en el momento de la sepultura. Esta generosidad, que se manifiesta también en el hecho que por la mañana, después del sábado ellas van a visitar el sepulcro, es recompensada por un aparición de Jesús mismo. Jesús las saluda, «alégrense». En efecto la resurrección es la fuente de nuestra alegría, da a nuestra vida una seguridad y una esperanza que nos conceden superar todas las pruebas y las dificultades.
Las mujeres se acercaron a Jesús, lo agarraron con fuerza de los pies y lo adoraron, porque con su resurrección Él manifiesta su divinidad. Entonces Jesús les dice: «No teman. De prisa, avisen a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán». El privilegio de la primera aparición tenido por las mujeres no es una invitación a permanecer contemplando a Jesús resucitado, sino es la oportunidad de una misión: quien ha visto ha Jesús resucitado, lo debe anunciar a los demás.
La resurrección de Jesús, por lo tanto, tiene un aspecto muy dinámico. No es solamente una consolación después de una gran prueba de dolor, sino que es el inicio de un cambio para todo el mundo. Jesús resucitado ahora quiere comunicar su amor a toda la creación, vencer el mal en todos los corazones y dar a todos la inmensa alegría de estar en una relación de alianza con Dios y de comunión con los hermanos.
Que en esta noche Jesús resucitado nos conceda su Espíritu para que, también nuestra alma y nuestro cuerpo se vean libres de todo mal y llenos de esa inmensa alegría podamos adorarlo como lo hicieron aquellas santas mujeres. Que Dios nos conceda la capacidad de reconocer a su Hijo resucitado en la persona de nuestros hermanos, especialmente en los enfermos, en los pobres, en los niños, en los ancianos, en los desamparados, en los alejados, en los tristes, etc. De esta manera nosotros podremos algún día contemplar cara a cara a Jesús resucitado.