“Para que sean hijos de su Padre celestial”
Cuantas veces no se nos ha hablado sobre santidad y, sobre todo, cuantas veces nos hemos propuesto serlo. Casi diríamos que a diario. Es como cuando intentamos cambiar de vida o de mejorar ciertas actitudes y pareciera que no se puede. ¿Porque será? Es que nos falta tomar en serio la Palabra de Dios y dedicarnos a realizar desde la fe lo que él nos propone con todo entusiasmo y con toda verdad. Nos falta saber confiar más, nos falta oír con el corazón y no solo con los sentidos. Al mismo tiempo que hay fe, pensamos que con solo pedir se realizaran las cosas, es necesario la perseverancia y la paciencia para lograr lo que Dios nos pide.
Al contemplar la Palabra de Dios que se nos dirige este domingo, descubrimos que está llena de un entusiasmo, de una llamada que amerita prontitud, es como si nos llamara insistentemente a ser como Dios. Sí, a ser santos (Lev 19,2). Una invitación hecha con insistencia, como si nos llamara a reflejar ya casi de inmediato la imagen que Dios ha puesto en nosotros desde nuestra misma creación.
Ya desde el Antiguo Testamento el pueblo que Dios se había elegido, lo llama a trasparentar dentro de sus mismas relaciones su amor. Así, Dios es presentado como el modelo para amar, cuidar, ayudar. Pero, esto se dará en la medida en que también el pueblo, dentro de su corazón, experimente la compasión y la misericordia de Dios. Solo así podrá amar y caminar hacia la santidad. Y de Igual manera en el Nuevo Testamento, en el Evangelio de Mateo 5,38-48, al hablar Jesús con sus discípulos les aclara la urgencia de que para que se parezcan a su Padre celestial, es necesario ir más allá de la sola justicia.
Jesús pone ante sus discípulos tareas insospechadas para ellos y al mismo tiempo novedosas. Ha llenado sus vidas de una forma nueva de ser hijos de Dios, dejándose dar forma por la Palabra y experimentando en su misma vida los cambios tan profundos a los que los llama Dios. Fue para ellos necesario aprender a confiar en Jesús, que lo que les pedía no era imposible. Querer acercarse a Dios, era para ellos buscar caminos nuevos por los cuales transitar y vivir de forma cotidiana.
Es así como el deseo de Dios de que seamos santos sigue siendo una invitación, un llamado para todos, independientemente de donde nos encontremos en nuestra vida diaria. Solo en la novedad de Jesús y de su vivencia de amor con el Padre experimentaremos cómo debemos ser y expresar que somos hijos de Dios. Es claro lo que se nos pide hacer, el camino que trazado se nos propone caminar. Si de verdad queremos ser santos y hacemos caso de esta invitación, la Palabra de Dios nos da las primeras pautas para nuestra vida. Veamos.
Si regresamos al Levítico descubrimos que el amor, o como lo conocemos mejor los cristianos “la caridad”, no esta tan lejos como creemos. Está al alcance de la mano, es decir, en la vivencia diaria. La santidad ya la podemos disfrutar desde ahora. La palabra de Dios nos dice cómo: tener una vida donde los odios no sean los que manden o los que nos muevan a actuar; teniendo una conciencia más de hermanos, donde por el amor lleguemos a sabernos corregir y donde aceptemos la corrección fraterna (v.17); que estemos dispuestos a superar las venganzas y los odios que a veces con justa razón quisiéramos realizar por los daños causados (v.18); Y que nos decidamos a amar, así como amamos a Dios, a los demás, mediante la compasión y la misericordia. Esta es como la raíz del amor, ya nos lo dijo el salmo: “el Señor es compasivo y misericordioso” (Sal 102). Y vemos que son acciones concretas que podemos realizar en nuestra vida, claro que se necesita poner lo mejor de nosotros mismos, confiando mas en Dios y esforzándonos en vivirlo.
Así también lo ha dejado claro Jesús en el Evangelio, ante lo que habían aprendido y la forma en que habían vivido hasta ese momento. Jesús citando la ley, les habla de las actitudes que ya no van con el tiempo, que necesitan renovarse, cambiar de actitud, para que el que quiera ser de verdad hijo de Dios, ande un camino diferente en todos sentidos. Por eso habla de que “antes se dijo, pero ahora yo digo”.
Los invita a romper con una mentalidad avejentada. La enseñanza de Jesús es que amen de verdad, no solo por cumplimiento, por deber, porque así está mandado. Sino que amen de corazón, así serán hijos de su Padre. Así inicia el camino de la santidad, de la perfección a la que los llama Jesús v.48. Es una forma nueva forma de amar. Amor que va mas allá de toda justicia, amar al cercano, amar al que por muy buenas razones hemos alejado de nosotros, dirá Jesús, amar hasta a los enemigos, que nos vayamos preocupando por ser más generosos en amar, es decir no devolver mal por mal, incluso perdonando y haciendo bien al hombre malo.
Si de verdad queremos ser santos, si se desea escuchar a Dios y confiar en El, hay que empezar un camino de compromiso con los demás. La santidad no es pues solo decir “no hago mal a nadie», sino ser verdaderamente hermano para el otro y mostrarnos como hijos de Dios. Hagamos caso a esta invitación de Dios y confiando en El mostraremos su amor y compasión a los demás. Dios los bendiga.