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XXIV DOMINGO ORDINARIO

DIOS NOS CONQUISTA PERDONÁNDONOS

La Palabra de Dios en este domingo nos habla en las tres lecturas y en el salmo de la triste experiencia del pecado por parte del hombre, tanto individual como colectivamente o como miembro del pueblo de Dios; pero, afortunadamente también nos habla de la alegría del perdón de Dios, de su grande amor y misericordia por nosotros. 

Así, en la Primera Lectura, es el pueblo de Dios, Israel, el que abandonó a Yahvé para adorar la imagen de un buey, pero, por la intercesión de Moisés y por su gran misericordia, su Dios los perdona. ¡Cómo necesitamos intercesores como Moisés! en la segunda lectura es san Pablo quien se reconoce el primer pecador redimido por Cristo, gracias al amor que le tiene Cristo y a la elección que hace de Él para ser apóstol de la misericordia de Dios; en el Salmo será David quien, apoyado en la «inmensa compasión y misericordia» del Señor, le suplica que se apiade de él y olvide sus ofensas; en el Evangelio, finalmente, se nos narran las hermosas parábolas de la oveja, la moneda y el hijo perdido, pero recuperados con gran alegría.

Podemos decir que las dos lecturas y el salmo nos preparan para centrar nuestra mirada y corazón al texto evangélico donde, ante todo, sobresale el gran amor, la ternura y la misericordia de Dios, para con todos nosotros, los hombres y mujeres pecadores, sus hijos e hijas tan amados, quienes hemos sido creados a su imagen y semejanza y le hemos costado tanto: la misma Sangre Preciosa del Hijo de Dios, Nuestro Señor, Jesucristo, derramada en la Cruz con grande amor. Por eso mismo «habrá más alegría en el cielo por un pecador que se convierte, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse» (Lc 15, 7)

Ese es nuestro Dios, de Él es de quien deberíamos enorgullecernos y es a Él a quien estamos llamados a glorificar incesantemente por todas las maravillas que ha obrado hasta la fecha en su creación, en su pueblo Israel, en la Iglesia y en el mundo. Él, antes que nada es Padre, Hermano y Amor. «Dios es amor» (1 Jn 4, 8)

Por nuestra parte, al igual que los personajes de las lecturas, también recibe traiciones, ingratitudes y abandono. Fácilmente lo dejamos por seguir a los «dioses»: quizá no los adoremos en su imagen de metal, pero sí con nuestra conducta y apego a ellos; los principales: poder, tener y placer.

Démosle gracias de todo corazón a Dios, Nuestro Señor, por su grande amor hacia nosotros; pidámosle que nos ayude a reconocer nuestras caídas -muchas veces hasta tocar fondo, como el hijo derrochador-; tengamos el valor de «volver a casa», donde nos espera el Padre Dios, seguros de que no nos va a despreciar, sino que nos abrazará y nos besará y nos preparará una fiesta, la fiesta de las bodas del Cordero, su amado Hijo. De esta manera, su grande amor tocará lo más profundo de nuestro ser y sabremos corresponder a su grande amor, con hechos concretos de alabanza diaria. Por otra parte, si llegamos a experimentar su gran misericordia por todos, especialmente por mí, lejos de despreciar al hermano, como el hijo mayor de la parábola, seremos capaces de alegrarnos también por el perdón de Dios también para con los demás. 

Que abramos nuestro corazón y nuestros oídos a la voz de Dios y a su mensaje de amor de este domingo, en la Eucaristía y que el Cuerpo y la Sangre de Cristo, donde se hace realidad el grande amor de Dios por nosotros, nos inflamen más y más en el amor a Dios y a los hermanos. Así sea.