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XXVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

  «Danos, oh Dios, la sabiduría del corazón»

En las antiguas culturas, la vejez era sinónimo de sabiduría, por eso antes de tomar una decisión, los lideres debían pedir el consejo de los hombres y mujeres más ancianos de la comunidad, se entendía perfectamente que al haber vivido más años, tenían mucha más experiencia acumulada y por eso eran sabios. Esta sabiduría los hacía aptos para juzgar los acontecimientos y las personas, les daba prudencia en la toma de decisiones y les permitía vislumbrar los efectos de las acciones presentes. 

En una cultura como la nuestra, donde se exalta tanto la belleza del cuerpo, fruto exclusivo de la juventud, un concepto como este ya no es bien entendido. En la Sagrada Escritura el concepto de sabiduría no sólo recoge el sentido relacionado con la vejez, que mencionábamos arriba, sino que la sabiduría es entendida y presentada como un don de Dios, y no sólo eso, sino que en Cristo la sabiduría asume un rostro concreto, Jesús no sólo es un hombre sabio, sino que es La Sabiduría en persona, es decir, el don por excelencia de Dios. Don que viene a transformar el modo de entender las realidades de la vida y la vida misma, los asuntos del hombre y al hombre mismo. Por eso es necesario pedir a Dios el don de la sabiduría, es decir, la capacidad de ver y entender nuestra vida y nuestros asuntos a la luz del misterio de la Palabra, que se ha hecho uno de nosotros.

Sin la sabiduría que viene de Dios nos es imposible entender el poder de la Palabra, su penetración y alcance; sin la sabiduría, regalo de Dios no es posible asimilarla en nuestra vida y transformarla en la fuente de nuestras decisiones; sin este don de Dios no podemos dar el valor adecuado a las cosas y entonces resulta muy fácil sobrevalorar nuestra juventud o nuestras riquezas, pocas o muchas; a veces se trata de un objeto: un coche, una computadora, un celular,  del cual hacemos depender nuestra vida, olvidándonos de lo que verdaderamente es importante.

Sólo con sabiduría podremos descubrir que únicamente en el seguimiento de Jesús está la clave de nuestra felicidad y el camino de nuestra realización. Por eso hagamos nuestras las palabras del salmista y pidamos a Dios «la sabiduría del corazón», el Don por excelencia del Padre; Jesucristo, Sabiduría eterna, nuestro camino, verdad y vida.