SÓLO EL AMOR NOS PUEDE SALVAR
Casi siempre nos afanamos por una y mil cosas: el estudio, la salud, los bienes materiales, salvar las apariencias, entre otras cosas, o andamos preocupados por el futuro, lo que ocasiona en nosotros estrés y el perder la calma y la paz interior.
Olvidamos, así lo más importante: si no hay amor en nuestros corazones y no actuamos movidos por él, todo es vanidad pasajera: nube fugaz y viento que llega y pasa y no deja huella positiva trascendente en nuestras vidas ni en la de los demás.
No por nada le dijo Jesús a Marta, la del Evangelio, que muchas cosas le preocupaban y le inquietaban, siendo así que una sola cosa es necesaria, la que escogió María su hermana: estar con el Maestro, estar con el Señor (Cf Lc 10, 38-42) Algo que con frecuencia olvidamos, en perjuicio nuestro.
Aunque si no entendemos bien esta afirmación: nos podemos contentar con relacionarnos (refugiarnos) egoístamente con Dios y descuidar al prójimo en sus necesidades diarias, cosa que sería fatal para nosotros, ya que Jesús quiso ser amado y servido necesariamente en nuestros hermanos, sobre todo en los más cercanos y en los necesitados. ¿Qué nos dirá por ejemplo, en el día del juicio?: Estuve hambriento y me dieron de comer, estuve sediento y me dieron de beber, fui forastero y me hospedaron… En verdad les digo que lo que hicieron con esos, mis pequeños hermanos, conmigo lo hicieron. O tristemente, nos dirá lo contrario (Cf Mt 25, 34-46)
Hoy la Palabra de Dios nos recuerda precisamente esto: lo más importante en nuestra vida y lo que nos hace realmente felices y nos puede salvar es el amor a Dios con todo nuestro corazón y todas nuestras fuerzas y a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Eso sí que vale la pena. Por eso sí conviene apostarle y luchar día a día por crecer. Todo lo demás: dinero, poder, placer desordenado, etc. Nos puede defraudar y dejar vacíos, pero el amor no defrauda porque el amor es Dios mismo.
Sin embargo, cuando nos decidimos por el amor, en ocasiones pensamos que éste es automático y que por el hecho de ser católicos, bautizados e ir a misa, tenemos al amor controlado y seremos capaces de amar. Oh, mis queridos hermanos, gran mentira puede ser esta, ya que el amor es un don de Dios, como toda virtud teologal, pero requiere de nuestra aceptación del mismo, de nuestro esfuerzo y trabajo por conservarlo, aumentarlo y vivirlo en el diario acontecer de nuestras vidas, con todo lo que somos: cuerpo, alma y espíritu; en otras palabras, para poder amar, necesitamos madurar, ya que cuántas veces sentimos afecto por alguien pero somos incapaces de demostrarlo por nuestra poca formación en ello o por nuestra inmadurez: algo tan sencillo como recibir una caricia y corresponderla, por ejemplo.
Hay algo que dice san Pablo que me pone a pensar: Para entrar en el Reino de los cielos hay qué pasar por muchas tribulaciones (Cf. Hech 14, 22). Todas estas, se supone que, sufridas por el amor a Dios y a nuestros hermanos. Si no, no tienen valor: así me dejara quemar vivo o repartiera todos mis bienes, como dirá el mismo San Pablo, si no tengo amor, de nada me sirve (Cf 1 Cor 13, 3). ¡Y nosotros, confiados en que Cristo ya murió por nosotros, queremos salvarnos pero sin sufrir ni hacer casi nada!
Otro pasaje que nos ayuda es cuando Jesús dice: esfuércense en entrar por la puerta angosta, porque muchos querrán entrar y no podrán. Y les dirá: Yo les aseguro que no los conozco. Apártense de mí ustedes, los que han obrado el mal (Cf Lc 13, 24-25.27).
Ya lo dice la sabiduría popular, y con tanta razón: obras son amores y no buenas razones.
Así que si decimos amar a Dios y a nuestros prójimos, demostrémoselos: a Dios con un santo temor filial y esforzándonos por cumplir su santa voluntad expresada en sus Mandamientos; a nuestros prójimos, con nuestro servicio, en la medida de nuestras posibilidades. De otra manera habremos corrido en vano nuestra carrera de la vida y correremos el riesgo latente de no llegar a nuestro destino, el Cielo, sino perdernos para siempre en la oscuridad del egoísmo y del desamor, o lo que es lo mismo que el infierno, vivir eternamente lejos de Dios. De lo cual, Él nos libre. Pero ojalá que tratemos de ser mejores no tanto por el temor de perdernos, como por más y más amor a Dios y a nuestro prójimo.
Que esta Sagrada Eucaristía nos ilumine y nos llene del amor de Jesús para poder compartirlo luego con los demás, porque nadie da lo que no tiene. Por eso acudamos a la fuente de la vida, a los Sacramentos de la Reconciliación y la Eucaristía; que la oración diaria nos alimente y fortalezca; que el servicio a nuestros hermanos nos ampare en el día del juicio y sobre todo sepamos apelar a su gran misericordia y que su amor nos colme todos los días y en cada circunstancia de nuestras vidas. Así sea.