¡Hola! Mi nombre es Carlos Arturo Hernández Cardona. Tengo 18 años y pertenezco a la parroquia de San Antonio de Padua, en Morelos, Zacatecas, y soy de la comunidad de Laguna Seca.
El día 19 de agosto de 2018 inicié el Curso Introductorio en el seminario de Zacatecas. Llegué muy emocionado por esta nueva etapa que comenzaba en mi vida, algo verdaderamente nuevo para mí, fue algo emocionante y emotivo el saber que iba a entregar mi vida totalmente al Señor. Ese día llegué junto con mi familia a la casa del Curso Introductorio, donde ya los padres formadores nos estaban recibiendo. Inmediatamente ellos me dieron la bienvenida, los saludé y después de eso, me di cuenta que fui el primero en llegar. Les mostré la casa del seminario a mi familia, después de que mi familia conoció la casa, me despedí de ellos y me quedé con sentimientos encontrados: feliz porque empezaba algo nuevo para mí, pero triste a la vez por dejar todo para seguir a Dios.
Después de un rato, me percaté que empezaron a llegar más de mis compañeros. Me emocioné y salí a recibirlos, notaba que estaban un poco nerviosos, pero muy felices; y ya estando todos, partimos a una gran experiencia, que sería una semana de vacaciones en comunidad, en la bella sierra de Monte Escobedo. Allí pasé una de las mejores semanas de mi vida: la naturaleza, Dios, mis compañeros y yo. En ése lugar sentía paz, tranquilidad. Casi al caer la tarde, el Señor quiso acompañarnos en esa hermosa noche. Poco antes de terminar la celebración eucarística, me doy cuenta de que había oscurecido por completo, y que además estábamos rodeados de muchas luces; emocionados todos por el espectáculo que presenciábamos nos quedamos anonadados de tantas pequeñas luciérnagas que había en ese lugar. Algunos de mis compañeros, al igual que yo, nunca habíamos tenido la dicha de ver una luciérnaga, y en ese lugar se encontraban cientos de ellas, lo cual nos dio una experiencia inolvidable.
Tanto mis compañeros como mis formadores, todos emocionados, nos reunimos en torno a una fogata y comenzamos a hablar sobre nosotros y sobre lo bien que nos había ido en el día. El tiempo transcurrió rápidamente, y se llegó la hora de ir a dormir.
Los días pasaron muy rápido, y ya a mitad de semana, bajamos al pueblo de Monte Escobedo. Ahí estuvimos en la celebración eucarística, acompañados de las personas del pueblo. Ellos estaban muy contentos por nuestra presencia, y se acercaron a felicitarnos por el rumbo que habíamos dado a nuestra vida. Aún no teníamos ni una sola semana, y el Señor ya se hacía muy presente entre nosotros.
En el transcurso de los días conocimos personas muy buenas, generosas y entregadas al servicio del prójimo y de Dios. Mientras tanto, en la comunidad de nuevos seminaristas, ya habíamos tomado mucha confianza entre nosotros mismos. Ya en ese poco tiempo, habíamos encontrado a un amigo en el otro. Ya casi al regresar de esa fantástica semana, estaba un poco triste, porque iba a dejar ese hermoso lugar, pero también estaba muy feliz, porque iba a regresar a las instalaciones del seminario, y así poder continuar con esta magnífica aventura de seguir a Jesús.
Mi vida en el seminario hasta el día de hoy ha sido muy buena, he conocido lugares y personas maravillosas, que al igual que yo, aman mucho al Señor. En este tiempo, en el seminario he encontrado el apoyo de muchas personas, que por el simple hecho de pertenecer al seminario, me tienden la mano y me ofrecen su ayuda sin ningún interés. Por tal motivo me impulsan a seguir adelante en esta hermosa experiencia de vida, que he optado por vivir en compañía del Señor y mis nuevos amigos.